Punto y coma: el voto nulo

Adolfo Sánchez Rebolledo

A quienes les angustia el divorcio entre la ciudadanía y los partidos les pediría que esperen al 6 de julio. Ese día comenzará la campaña presidencial de 2012 y las cosas se verán con otros ojos.

Una vez asentados en sus curules, los nuevos legisladores y funcionarios, ya sea de buena fe o por simple oportunismo, se darán tiempo para atender algunas de las demandas planteadas surgidas de la protesta moral en favor del voto nulo. No sé si los políticos habrán asimilado la lección que se les ha querido dar, pero más de uno querrá saludar con sombrero ajeno a la sociedad civil, con la legitimidad erosionada, pero en pleno uso de sus facultades constitucionales. Con un PRI en ascenso y la izquierda en caída libre, la composición de la cámara será muy importante a la hora de fijar la agenda legislativa. El gobierno, pese a todo, habrá atravesado la peor crisis de la historia de México sin un gran cuestionamiento electoral a su gestión.

No es descabellado pensar, pues, que en la lógica de la carrera presidencialista, algunos partidos acepten examinar algunos de los puntos sensibles de la protesta, comenzando por la revisión de la reforma electoral, la relección de los diputados, y algunos otros temas calientes, como la apertura a las candidaturas no partidistas, cuyo interés crecerá en función de 2012. Los anulistas, como se han hecho llamar, podrán sentirse satisfechos si esa discusión se da, aunque es difícil imaginar el curso que seguirá la protesta, dada su contradictoria variedad de posiciones. En todo caso, ¿habremos iniciado, como dicen, una nueva forma de hacer política donde derechas e izquierdas se dan la mano? Veremos.

Como el debate es intenso, no quiero dejar de comentar algunas de las opiniones críticas vertidas por los lectores de La Jornada on line a mi artículo de la semana pasada. En primer lugar, reitero que el voto nulo es un derecho establecido en la ley y cualquier ciudadano puede ejercerlo. No se confunde con el abstencionismo ni es una evasión de los deberes cívicos. Es una forma de votar y en ese sentido, guste o no, es un acto político que puede juzgarse desde muy distintos observatorios, sobre todo cuando hay una campaña en forma para promoverlo. La discusión, en todo caso, está en la valoración de su significado aquí y ahora. Por lo demás, me sorprende la intención de identificar a los partidarios del voto nulo con la ciudadanía en general, como si los demás votantes fueran una raza aparte. Que hay hartazgo y deseos de expresar el malestar contra los partidos (más contra unos que contra otros) es obvio. Que muchos de los críticos son jóvenes que no se resignan a formar parte del vasto ejército del abstencionismo más despolitizado también es una buena noticia, pero ni son todos los jóvenes (más preocupados por el desempleo y la violencia) ni son jóvenes algunos de los autores intelectuales de este experimento.

Así como es absurdo decir que todos los anulistas son manipulados por la derecha y por las televisoras, como me reclama un lector, también lo sería creer que éstas nada tienen que ver en el asunto, sobre todo si se observa cómo surge y evoluciona la crítica a la partidocracia, convertida con éxito tras la reforma electoral en el enemigo a vencer por los defensores de la libertad de expresión. Claro que no hay un líder oculto tras bambalinas, pero decir que todo es espontaneidad exenta de ideologías, intereses o influencias intelectuales me parece una exageración. En beneficio de esa postura se dice que solamente se trata de una simple manifestación de de-sencanto y molestia ciudadana, pero ésa es también una lectura política que nada tiene de ingenua. Entiendo que se diga: no hay en el panorama ningún partido que me convenza, pero desearía que existiera otra opción política capaz de representarme en el Congreso. En vez de eso, algunos nos dicen: no votes, pues los partidos son por definición instrumentos al servicio del poder y la corrupción, de modo que los únicos confiables son los ciudadanos (independientemente de su posición social, ideología o moralidad). Me parece aceptable que los anulistas (menos los más jóvenes) se sientan defraudados por los partidos a los que votaron en 2006, pero han preferido trasladar el juicio político democrático particular a la crítica universal, genérica, al conjunto de fuerzas e instituciones electorales, a la política como tal. Si bien la consigna sal a votar por el que sea, pero vota es indefendible, también lo es aquella que procede de estigmatizaciones al grado de rechazar que entre los partidos y candidatos hay personalidades dignas cuya voz en el Congreso sería indispensable para asegurar la salud de la república, pues, para fortuna de nuestra convivencia, no todos son o representan lo mismo. Hay quienes cifran el futuro de este movimiento en el porcentaje de votos nulos que se registren el 5 de julio. Pero es una visión administrativa de la política.

Si en verdad hay una crisis de representación, los temas de la reforma del Estado, la discusión sobre el régimen político y, sobre todo, la necesidad de replantear un proyecto para México que trascienda la crisis de hoy estará más vivo que nunca. Para la izquierda es vital que la cuestión de la desigualdad ocupe la centralidad, aunque a muchos demócratas les parezca un tema fuera de moda.

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