Votar o no votar

Denise Maerker
Publicado en EL UNIVERSAL
22-mayo-09

Aunque el diagnóstico es ampliamente compartido, las posiciones están divididas. A 12 años de las fundacionales elecciones de 1997, los partidos políticos no ofrecen una visión de futuro para el país y los intereses de la clase política han prevalecido frente a los de la ciudadanía. Hay desesperanza y hastío. Hasta aquí una amplia coincidencia, pero ¿qué hacer? ¿Cómo traducirlo en acción política? ¿Cómo manifestar útilmente nuestro desencanto?


Hay fundamentalmente tres posiciones. Los que siempre han visto con desconfianza la política y se sienten ajenos al debate público sobre el futuro común. Entre ellos muchos de los que participaron con fugaz entusiasmo en las elecciones presidenciales de 2000 y/o 2006, pero que luego regresaron asqueados a la vida privada. Ellos lo tienen muy claro: el 5 de julio es un domingo cualquiera y nada los va a hacer salir de sus casas si no es para visitar a la familia, ir al cine o ver un partido de futbol. Son los abstencionistas.

Luego están los que sí se sienten obligados a participar pero quieren protestar por la baja calidad de los partidos y sus propuestas. Están comprometidos con el sistema democrático, participan en el debate público, creen que las elecciones son la mejor forma de dirimir las diferencias pero no toleran más la impunidad y el cinismo de la clase política. Este segundo grupo va a salir el 5 de julio pero para anular el voto. El objetivo es —dicen— reafirmar el compromiso con el método democrático pero sin verse obligados a optar por partidos que no convencen. La anulación de muchos —piensan— enviará un mensaje inequívoco de rechazo a la clase política, que tendrá que preocuparse por la pérdida de legitimidad del sistema que los mantiene en el poder y les genera recursos y privilegios.

Hay un tercer grupo que aun compartiendo el diagnóstico inicial piensa que no se puede abdicar de ese mínimo margen de decisión en lo colectivo que significa el voto de cada quien. Que hay que participar porque no hacerlo es dejar en manos de otros la elección de quién decide por todos. Que la experiencia nos dice que la anulación no lastima al sistema, pero sí fortalece a quienes practican los métodos menos democráticos como acarreo, clientelismo o compra de votos. Que hay que optar por el menos malo u obligar a los candidatos a comprometerse con demandas que fortalezcan a la sociedad.

Descartando por principio la abstención, tenemos todavía unas semanas para decidir entre votar o anular.

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