Voto nulo: puerta falsa

Ciro Murayama
Publicado en La Crónica
12-junio-2009

La corriente de opinión a favor del voto nulo o en blanco crece como la espuma. Sin dejar de reconocer el derecho que tienen sus convocantes a promoverlo, y tomando distancia de quien les califica como enemigos de la democracia, ofrezco mis argumentos de por qué tal iniciativa resulta una salida falsa para corregir los achaques del sistema de partidos.

1) Porque es un desdén a la importancia del Congreso. ¿Los partidos políticos que estarán en la boleta electoral este 5 de julio son muy distintos a los que compitieron en 2006? No, son exactamente los mismos ocho contendientes, y es difícil asegurar que sus deficiencias y vicios de hoy no sean similares a los que mostraban en la última elección. Si los partidos eran iguales en 2006, ¿por qué quienes ahora proponen el voto nulo no lo hicieron entonces? Descarto que sea porque no repararan entonces en los defectos partidistas, lo que sugiere entonces que consideran que esta elección es más propicia para anular la voluntad electoral que en una donde se juega la presidencia de la república.

Si analizamos las características del régimen político mexicano actual, que no son las del autoritarismo de partido hegemónico –el cual fue desmontado gracias al voto de millones de ciudadanos y no a la anulación de su sufragio–, veremos que el Poder Legislativo ahora sí cumple con su papel de contrapeso al Ejecutivo, por la pluralidad política instalada en la Cámara de Diputados y en el Senado. El Congreso es mucho más relevante que en el pasado, y enhorabuena que así sea. Ha dejado de ser un espacio de confirmación automática de los deseos del presidente, y temas clave pasan por su decisión, deliberación abierta y compleja, como la aprobación de los presupuestos federales cada año.

Desdeñar, pues, la importancia de esta elección es un resabio cultural de la época del hiperpresidencialismo que se quedó instalado en las reacciones de diversos analistas y comentaristas.

2) Porque se basa en una generalización ligera. Quienes llaman a “castigar” a los partidos en su conjunto proponen que las distintas opciones merecen, sin más, el mismo veredicto: están reprobados. Claro que todos los partidos y cada uno de ellos en lo individual tienen deficiencias serias, pero ello no los iguala. Por ejemplo: sólo hay uno que abiertamente defiende la pena de muerte; ese grado de oscurantismo es único del PVEM. ¿De verdad los demás partidos merecen ser considerados igual de nocivos y oportunistas?

Otro ejemplo: hay partidos cuyas plataformas proponen una reforma constitucional para que el Banco de México deje de ocuparse sólo de controlar la inflación sin atender al objetivo del crecimiento económico. ¿Hacemos tabla rasa y asumimos que esas definiciones no importan para la vida económica del país?

Uno más: en diferentes entidades de la república, en una alianza parlamentaria entre el PAN y el PRI, se ha establecido en las constituciones locales el “respeto a la vida humana desde la concepción”, lo cual hace que toda interrupción del embarazo sea un asesinato. Así, incluso las mujeres cuyo embarazo es resultado de una violación, están obligadas por el Estado a tener ese hijo, si no se convierten en criminales. ¿Nos quedamos cruzados de brazos o ejercemos nuestro voto para tratar de que ese tipo de agendas políticas que lesionan y degradan a la mujer y sus derechos no sigan prosperando?

La pretensión de que todos los partidos son “la misma gata revolcada” trasluce, además, cierta pereza intelectual para analizar, discernir, diferenciar entre ellos. Por eso es común que los promotores del voto nulo dediquen horas a querer convencer a los demás de no votar y en cambio no hayan dedicado ni una línea al análisis de las plataformas de los partidos.

3) Porque el voto nulo favorece la llegada a la Cámara de todos los partidos existentes. Cuando se sufraga por un partido se está, a la vez, castigando a los demás. Un voto por la opción “A” no sólo es un voto menos para el resto, sino un voto que las otras opciones tienen que remontar para hacerse con la victoria o con una mayor presencia electoral. Así, cuando se vota por un candidato registrado se pone más cuesta arriba la situación para sus adversarios. Si reconocemos que se suele votar por el mal menor, por el menos peor, se hace para impedir que opciones políticas que nos preocupan en particular no puedan avanzar. Pero si se anula el voto, las opciones que más nos disgustan tendrán un camino menos complicado para conseguir sus objetivos.

Un ejemplo ilustra lo anterior: supongamos que un ciudadano tiene especial animadversión por una opción política como el PVEM –que propone la pena de muerte– o el Panal –que representa los intereses de un liderazgo magisterial anquilosado cuyas prácticas dañan la calidad de la educación básica–. Si ese ciudadano vota por algún otro partido estará incrementando la “votación nacional emitida” que define la ley (votación total menos votos nulos y por partidos que perdieron el registro) para asignar diputados de representación proporcional. Entre más sufragios haya en la votación nacional emitida, cada partido requerirá más votos para hacerse con más lugares en la Cámara. En cambio, entre más votos anulados se den se necesitará un número absoluto menor de sufragios para obtener más diputados. Anular el voto propio es, matemáticamente, darle más peso al voto ajeno. Por lo que votar en blanco es favorecer la presencia en la Cámara de todos los partidos existentes al, obviamente, no discriminar entre ellos.

Curiosamente, entonces, quienes llaman a no votar por estar hartos de los partidos existentes en realidad les facilitan a todos la representación en el Congreso.

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