¿Voto útil, voto inútil?

Gabriel Guerra
Publicado en El Universal
22-junio-09

Si alguien hubiera dicho hace unos años que Irán podría ser un laboratorio para ver los avances y retrocesos de la democracia en países en desarrollo así como los riesgos y encantos del populismo, habría encontrado miradas escépticas. Imagínese si ese mismo alguien hubiese aventurado que México encontraría ahí puntos para la reflexión…

En 2005, los alcaldes de dos grandes capitales y centros urbanos se lanzaron en pos de las respectivas presidencias de sus países. Ambos fueron tildados por sus contrincantes como radicales peligrosos, dictadores en potencia, populistas sedientos de poder. No faltaron comparaciones con personajes como el venezolano Hugo Chávez y advertencias de los riesgos de sus potenciales victorias. Tampoco faltaron los que aconsejaban la calma y la paciencia, que no observaban esas tendencias en los dos harto populares políticos.

Con un año de diferencia, ambos se sometieron al veredicto de las urnas. Uno ganó y el otro perdió pero se negó a reconocer el resultado. Cuarenta y ocho meses más tarde, el segundo continúa en campaña, con el mismo discurso, intensificado por las acusaciones de fraude, lejano a las posturas que le hacían verse moderado mientras gobernó la segunda ciudad más grande del mundo.

El vencedor de hace cuatro años hizo mucho de lo que se temía, incluido un endurecimiento del discurso y una serie de afirmaciones que mostraron su ignorancia, su intolerancia y su capacidad para escandalizar, ofender y confundir al resto del mundo. Si dejamos a un lado a la comunidad internacional, podríamos decir que dividió y polarizó a la sociedad. Mahmoud Ahmadineyad parece haber manipulado el reciente proceso electoral provocando una revuelta popular que no da señales de abatimiento.

El advertido populista, el radical y el dictador en potencia resultó serlo. Paradojas de la vida, de los dos alcaldes de hace cuatro años, uno se dice víctima de un fraude electoral y del otro se dice que es el beneficiario de uno similar o incluso mayor.

¿Y dónde están los paralelismos entre Irán y México? En primer lugar, en lo acotado que resulta el poder presidencial. Allá por los clérigos que tienen la última palabra, acá por los poderes fácticos que limitan y estorban: sindicatos, caciques, empresarios renuentes a ceder privilegios, los medios electrónicos, los “movimientos sociales” que sólo se mueven cuando de obstaculizar se trata…

Segundo punto, la fragilidad de las instituciones públicas. No parece existir una cultura de respeto ni por las reglas del juego ni por lo que un Hidalgo habría llamado “las instituciones que nos dieron patria…”. Cierto es que en Irán la religión organizada se ha convertido en el factor de poder, que dicta lo mismo normas éticas que de conducta pública, pero lo ha hecho más a través del terror y el chantaje que del convencimiento ferviente. En México ni a eso llegamos, el Estado mexicano no tiene ni el monopolio de la fuerza ni el de la violencia ni el de la garantía de la seguridad de sus gobernados. Y nuestros partidos políticos sólo tienen el monopolio de la manipulación, así como de los dineros públicos para continuar con su aprovechamiento del fallido sistema dictado y organizado por ellos mismos.

En tercer lugar encontramos la reacción de una ciudadanía cansada de los malos manejos, de los abusos, de los excesos, de la ineficacia, de las trampas y las mentiras. En Irán han salido a las calles, retando no sólo al gobierno sino también al supremo liderazgo religioso. Independientemente de que se trate de manifestaciones de la clase media ilustrada, o de que no puedan aspirar a transformar las cosas, es innegable que han sacudido al sistema y puesto a los clérigos a reflexionar.

En México, toda proporción guardada, hay un movimiento similar en marcha, sólo que previo a las elecciones. Porque los ciudadanos están insatisfechos con la democracia mexicana, tan cacareada y costosa, que hoy se encuentra en franco retroceso.

Hay voces, muchas y muy respetadas, que animan a no votar o a anular el voto. Nos dicen que será una señal de rechazo al statu quo, que los partidos no podrán ignorar a millones de votos en blanco. Yo tengo mis reservas, porque el sistema electoral está diseñado para ignorar a esas voces en blanco, para tildarlas de errores, de confusión de los votantes y no de rechazo al proceso mismo o a los participantes en él.

Mis dudas aumentan porque no es éste un país en el que los políticos tengan un sentido de responsabilidad desarrollado, ya no hablemos de su capacidad autocrítica. Dirán que han aprendido la lección, pero intentarán continuar como siempre. En vez de ganarse el voto, los partidos se han encargado de perderlo. Los ciudadanos tenemos que encontrar la manera de rescatarlo, no para ellos, sino para que a nosotros nadie nos lo pueda regatear ni escamotear.

En Irán han salido a las calles para cambiar las cosas. En México habrá quien se quede en casa para lograr lo mismo. No sé si sea la vía correcta.

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