Votar o no votar

Héctor Aguilar Camín
Publicado en Milenio
9-junio-09

Simpatizo con el movimiento abstencionista de estas horas, mediante la anulación del voto, porque siento que expresa la frustración, la molestia y aún el hartazgo de muchos ciudadanos respecto de ciertas regresiones de nuestro sistema de partidos y nuestra legislación electoral.
En los últimos años, políticos y partidos nos han arrebatado certidumbres que habíamos ganado en décadas de reforma: la confianza en la limpieza de las elecciones y la confianza en la imparcialidad del árbitro.

Los partidos se han servido con la cuchara grande, cerrando el paso a otros, sometiendo al árbitro, blindándose contra la crítica de sus competidores durante las campañas, y erigiéndose en dueños de la carrera política de todos los aspirantes a tener una.

La protesta del año 2006 y la reforma electoral que siguió disminuyeron la calidad de nuestra democracia, los niveles de confianza pública en sus resultados.

La marejada anulacionista expresa de un modo difuso en sus medios, pero absoluto en sus fines, la amarga certidumbre de haber perdido algo fundamental de nuestra vida pública que habíamos ganado: el poder de los votantes sobre los candidatos, el poder de los ciudadanos sobre sus políticos.

Me preguntan algunos lectores qué haré yo el 5 de julio: votar o abstenerme.

Respondo que generalmente me abstengo en las elecciones intermedias, o al menos en la mayor parte de sus opciones (diputado federal, diputado local, delegado).

Desde hace muchos años me pongo como condición para votar en las elecciones intermedias que alguno de los candidatos contendientes establezca alguna conexión específica con los habitantes de mi cuadra o mi manzana, o ponga frente a mí algo preciso que pueda hacer luego de la elección y que me parezca interesante o convincente.

Suele no suceder ninguna de las dos cosas y suelo no votar en las elecciones intermedias. Estamos a menos de un mes de las elecciones de julio de 2009 y voy por el mismo camino.
De los candidatos que piden mi voto no he visto sino anuncios en la calle ofreciendo vaguedades. Parece que, siguiendo mi viejo método, voy a abstenerme de todas formas, pero no lo sé de cierto, ni creo que importe.

Si el movimiento abstencionista logra articular algunas demandas precisas de cambio en torno a su rechazo de las urnas, me sumaré a ellas, vote o no vote en julio.

Ya me parece bien que su mensaje de hartazgo inquiete a partidos y autoridades, y se haya vuelto un tema de debate más interesante que la misma elección.

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