¿Votar o no votar?

Agustín Llamas Mendoza
Publicado en El Excélsior
9-junio-2009


Recientemente se han levantado voces, probablemente bien intencionadas, que esgrimen supuestas razones de validez para llamar a la ciudadanía a no votar por alguna de las opciones partidistas en estas elecciones federales de 2009. El llamado de esos actores concretamente se refiere a lo que debe hacer la sociedad, si no está convencida por alguna opción partidista, deberá nulificar el voto. No dejar la boleta en blanco, pero sí cruzarla totalmente, con el fin de mandar un radical y contundente mensaje a los políticos de turno en el sentido de que la sociedad los está rechazando ya no juega con ellos—, además, indirectamente, de repudiar al mismo sistema electoral.

En aras de la libertad que debe prevalecer en una democracia, hasta no ir a votar pudiera ser explicable, si y sólo si, está perfectamente razonada la decisión como tal; pero también en aras de la responsabilidad, que es el otro elemento fundamental de la democracia, es importante que los ciudadanos, para serlo, cumplan con sus obligaciones y no sólo exijan sus derechos de manera exclusiva.

Efectivamente, lo que hace fuerte a una democracia es un sistema de respeto a los derechos fundamentales del hombre, así como sistema de responsabilidades. En otras palabras, para fortalecer nuestra democracia es fundamental que contemos con un sistema institucional —reglas del juego— que no permita la impunidad por un lado; y por el otro, contar con ciudadanos, con demócratas que cumplan con esas responsabilidades cívicas y sociales. Sin reglas y sin demócratas no es posible construir un país más sólido y próspero.

Debemos recordar que, en términos generales, nuestro país ha avanzado gracias a un proceso tortuoso de reformas institucionales desde hace más de 25 años. Hoy, con todos sus defectos, contamos con un sistema de reglas más actualizado que con el que contábamos. Ello, en sí mismo, es bueno para México. Sin embargo, cuando comparamos grados de avance de cara a completar con nuestro proceso de transición, es importante destacar que los rezagos se encuentran precisamente en la cultura política de los ciudadanos y de los políticos.

Cuando en los años 70, antes de la nueva ley electoral de entonces (LOPPE), muchos ciudadanos y políticos congruentes dejaron de ir a las urnas porque ya no era posible seguir legitimando un sistema hegemónico de partido único. No es gratuito que la reforma electoral del 1977 se llevara a cabo precisamente para darle nueva vida y legitimidad a un sistema de partidos agotado por la dominancia estructural del grupo en el poder. Las razones de entonces para rechazar el sistema de partidos tenían legitimidad, las razones de hoy simplemente buscan hacerles el juego a aquellos actores que les interesa denostar y desprestigiar a las instituciones.

Pero tampoco nos confundamos: efectivamente, el desprestigio que hoy ostentan la mayoría de los políticos se lo han ganado a pulso. Sin duda es cierto lo anterior, pero ello no es suficiente para mandar “al diablo” a las instituciones. Es importante que sigamos fortaleciendo nuestras instituciones es parte de nuestro proceso de transición y en ello somos corresponsables—.

¿Quién gana y quién pierde si no votamos?
Los que ganan son aquellos que han mandado y mandan a las instituciones muy lejos, porque lo importante para ellos es la persona, es el individuo en el que sí hay que creer, en ese “mesías tropical”, como diría Enrique Krauze, que salvará a la sociedad mexicana. Ganan aquellos que les interesa no vivir en un mundo de reglas, sino en el mundo de los caciques y en el mundo del tráfico de influencias. Ganan aquellos que les interesa que nada funcione en este país. Nótese que desde hace varios años hemos visto cómo ciertos actores insisten en que nada sirve en este país: que no sirve la Presidencia, no sirve el Congreso, no sirve la Suprema Corte de Justicia, no sirven los partidos políticos, no sirven los empresarios, no sirve el IFE. En fin, que no sirve nada.

Esos que gritan hacia todos los puntos cardinales tales sentencias son los mismos que prefieren los gobiernos de facto, prefieren las relaciones por arriba de las competencias, son aquellos que requieren de un sistema corrupto para poder ser competitivos.

Los que pierden con la idea de hoy, de nulificar el voto, son el resto. Son aquellos que pretenden construir un país de instituciones y no de caciques y de autoritarios. Son aquellos que pretenden construir ciudadanía siendo ciudadanos. Son los que pierden porque son los que pagan impuestos y cumplen con sus deberes cívicos y sociales. Son todos aquellos los que pierden porque ellos no viven de la corrupción, sino que tratan de jugar limpio dentro de tanta mugre generada por aquellos que son costo para todo el sistema.

También los que pierden al no respetar las instituciones y no ir a votar, son las siguientes generaciones. El ejemplo que los adultos de hoy les estamos legando a los adultos de mañana es que nosotros sólo sabemos, podemos y queremos participar en la cosa pública cada tres años. Y cada tres años sólo nos preocupamos y nos vestimos de pureza cívica para criticar al sistema y a los políticos.

Nuestro país requiere ejemplo cívico, político y ciudadano por parte de toda la sociedad. Si los políticos son corruptos e ineficientes son porque provienen de una sociedad corrupta, ineficiente y cómplice que no exige absolutamente nada, sino hasta que tiene la “oportunidad” cada tres años. Requerimos apoyar y fortalecer las instituciones, prestigiarlas con base en la participación ciudadana, y lo que no necesitamos es caer en los garlitos que el populismo plantea para fortalecer los cacicazgos y el autoritarismo. Si algo verdaderamente protege a la democracia es la participación ciudadana, la existencia de demócratas y la fortaleza de las instituciones.
Las razones de entonces (los años 70) para rechazar el sistema de partidos tenían legitimidad, las de hoy simplemente buscan hacerles el juego a quienes les interesa denostar y desprestigiar a las instituciones.

Requerimos fortalecer las instituciones, prestigiarlas con base en la participación ciudadana, y (no) caer en los garlitos que el populismo plantea para fortalecer los cacicazgos y el autoritarismo.

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