Votar, abstenerse o anular

Alberto Aziz Nassif
Publicado en El Universal
2-junio-09


En un clima de mucho desencanto ha crecido el fenómeno del desafecto ciudadano por la política y las urnas. No es un fenómeno exclusivo de nuestro país; en América Latina crece la insatisfacción democrática y en las viejas democracias también existen estas expresiones.

En México, la relación de los ciudadanos con las urnas ha sido complicada. Desde finales de los años 80 una de las demandas más importantes de la sociedad fue el respeto al voto. El cambio constante de reglas electorales ha sido, quizá, la estrategia más visible para lograr una democracia electoral y dejar atrás un régimen autoritario. Pero la historia no va en un solo sentido ni siempre corre hacia delante; muchas veces está plagada de regresos, cambios de ruta y desviaciones. En nuestro país hay dos procesos sociales que se han empalmado: por una parte, la transición democrática y la llegada del neoliberalismo; por la otra, la llegada de la alternancia política y el crecimiento de la abstención electoral.

Cada proceso electoral se construye con características singulares y el actual no es la excepción. La memoria nos remite a que 1988 se caracterizó por el fraude, la ruptura del cardenismo, la inauguración de la competencia tripartita, la caída del voto priísta. La de 1994 fue una elección dentro de un clima de miedo, con un altísimo nivel de participación, la ruptura de los límites políticos y una marcada desigualdad en las condiciones de la competencia. En 1997 se estrenaron organismos autónomos, el DF eligió a sus autoridades. El 2000 fue la alternancia presidencial; 2003 fue la elección más cara y abstencionista de la historia y en 2006 regresó el conflicto y hubo una grave polarización política. Una de las novedades más importantes de 2009 es la corriente de opinión que plantea la anulación del voto como una respuesta ciudadana ante el descontento con los partidos políticos.

Una parte importante de la discusión electoral de 2009 se ha centrado en la pregunta de qué hacer frente a las urnas. Tradicionalmente las opciones han sido votar por una opción o abstenerse. Las opciones por el voto tienen diversas lógicas, desde la compatibilidad de proyecto y programas, pasando por la cercanía ideológica, hasta las opciones más pragmáticas que ven hacia el mejor candidato o la opción menos mala. En el 2000 se usó el voto útil para cambiar de partido gobernante. Al final están las opciones del clientelismo, el corporativismo y la compra del sufragio. La abstención tiene también varias expresiones, desde el que nunca pasa por las urnas porque no está convencido de participar, el abstencionista sistemático. Pero también está el ocasional, que no vota por desidia o desinterés, es el ciudadano desconectado de las urnas. Otro grupo es el que lo hace como una expresión pasiva de inconformidad y descontento. La novedad ahora es que se ha formado un movimiento que reivindica el derecho ciudadano de ir a las urnas, pero para anular el voto. No se trata de una abstención pasiva, sino de un ejercicio ciudadano activo y muy razonado. Algunas consignas que circulan son: “yo anularé mi voto”; “tache a todos”; “para políticos nulos, votos nulos”.

Los “anulistas” forman un universo muy heterogéneo de personas que se han desencantado —con razón— de los partidos políticos porque: no ven diferencias importantes en la forma de enfrentar problemas de corrupción y de impunidad; porque les parece que hay abusos de poder y excesos en el uso de los recursos públicos; porque hay una desvinculación entre las élites dirigentes y la ciudadanía; porque la rendición de cuentas es muy débil; porque la eficacia para gobernar deja mucho que desear; porque la labor legislativa representa mayoritariamente los intereses particulares de los grupos de poder. Se trata de un abanico de inconformidades cada vez más amplio que se ha agudizado con las múltiples crisis por las que atraviesa el país. Una medición reciente ubica en 10% a este sector que está por la anulación (Reforma, 29/V/2009). Si a ello le sumamos que la participación estará en un rango que sólo llegará a 30% o 35%, algo grave sucede en nuestro sistema político.

Las diferentes opciones tienen supuestos compartidos, como la importancia de los partidos para la democracia o la relevancia del voto libre como una conquista reciente en nuestro país. Pero también hay diferencias sobre la eficacia en las estrategias. Los que dicen que es mejor votar indican que su voto decidirá la conformación del gobierno, y los abstencionistas y los “anulistas” dejarán en manos de otros la decisión. En cambio, los que quieren anular confían en que se podrá dar una señal, una llamada de atención a los partidos para que cambien sus rasgos partidocráticos, su autismo político y reconstruyan una representación democrática de calidad. Un resultado es que los altos niveles de abstención y de anulación jugarán contra la legitimidad de los candidatos electos. En suma, 2009 se caracterizará por ser una elección en la que una parte importante del voto se anule, como un instrumento legítimo y democrático. ¿Votar, abstenerse o anular?

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