Razones contra el voto nulo

Francisco Valdés Ugalde
Publicado en El Universal

14-junio-09

Comparto las preocupaciones y motivos por los que algunos colegas proponen la anulación del voto. La partidocracia ha detenido el proceso de construcción democrática de México; ha impedido la reforma del régimen político y de las relaciones entre Estado y sociedad, para abrir el paso a un verdadero camino al desarrollo y el bienestar. El modo en que abusa del financiamiento público es oneroso e insultante para la realidad de un país con la pobreza y la desigualdad del nuestro. También es cierto que el comportamiento de los dirigentes y de muchos gobernantes se distingue por el oportunismo, la visión de corto plazo y dar la espalda a muchos de los problemas fundamentales del país. Su representatividad está minada.

Es obvio que se requiere un cambio de gran envergadura. Pero el razonamiento de la convocatoria para anular el voto llega tarde y sin propuesta de acción electoral o postelectoral. Si no tiene efecto masivo, el voto nulo puede provocar efectos contrarios a los que pretende. Si se busca hacer un enérgico llamado de atención a los partidos políticos, es muy probable que lo que se obtenga sea, por el contrario, el fortalecimiento de los partidos mejor posicionados y más consolidados, del PRI, en primer lugar, y del PAN en segundo, además de acentuar el camino al bipartidismo.

Las cifras disponibles sobre la intención de voto y de participación electoral no dan margen suficiente para que el voto nulo llegue a ser una expresión plebiscitaria. En este mismo diario se ha dado cuenta de tres factores contundentes: que la mayoría de los ciudadanos piensa que no debe dejar de ir a votar (aunque no lo haga), que la mayoría de los ciudadanos que piensa ir a votar tiene preferencia definida por algún partido político y que es esperable un gran abstencionismo. Estos datos no dan pie al optimismo para el voto nulo, por lo que puede convertirse en voto inútil, o peor, en voto útil para el contrario de su propósito.

Dos consecuencias más que podría tener esta convocatoria combinada con el abstencionismo habitual de la elección intermedia es que la izquierda sufriera una merma en su votación que diera la razón a los que dentro de ella consideran que la ruta a seguir no es la democracia y la sociedad abierta, sino que apelan al “movimientismo”, al nacionalismo extremo y al populismo para hacer frente a los problemas de la mayoría. Cada una de esas formas es sustituta de la participación deliberativa y democrática. Sería el regreso del fantasma del populismo, cuyos partidarios deben estar muy contentos con la promoción del voto nulo.

La otra consecuencia posible y no deseada de quienes lo promueven es el reforzamiento del duopolio televisivo que, desde antes de que surgiera la idea de la anulación del voto, ya había comenzado una campaña de desinformación pública para desanimar a la ciudadanía a emitir el sufragio como forma de manifestación del rechazo.

Los cambios necesarios en el sistema político no se van a conseguir con la anulación, máxime si es poco representativa. Por el contrario, podría reforzarse la idea de que el camino para el cambio social no es la democracia política, sino su contrario: el autoritarismo.

Debemos reconocer que tenemos los gobernantes que merecemos simplemente porque no hemos construido la cohesión ni la organización social para tener otros. Debemos movilizarnos y organizarnos para que el sistema político cambie, pero no en el sentido de perder toda representatividad sino, por el contrario, en la dirección de que la incremente.

El cambio de régimen atraviesa por la crítica del presidencialismo, por permitir la reelección consecutiva, por crear mecanismos para la participación como el plebiscito, el referéndum constitucional, la iniciativa popular y otras. También requiere caminar en la dirección de dar al gobierno una composición más cercana a la forma parlamentaria y hacia las candidaturas independientes. Nada se va a conseguir mediante un “no” si no se combina con un “sí” de acciones de organización ciudadana. Eso es lo que hace falta y no su contrario.

Preocupa que la causa de reformar el Estado naufrague en vez de afianzarse con un “no” al sufragio que ha costado sangre, sudor y lágrimas durante dos siglos. La anulación del voto bajo las actuales circunstancias y con la información disponible conducirá al endurecimiento y consolidación de lo que no queremos y deseamos cambiar.

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